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y el saco á la espalda, y así estábamos hasta la noche.

Comíamos al aire libre, sin observar las distancias, pues él no lo toleraba. Cuando avergonzado, á pesar de todo, ponía yo reparos, él se enfadaba y me decía: «No seas imbécil. Hace doscientos años que los Garnache sirven á los de Valroy y la fidelidad equivale al título; si me fastidias, te ennoblezco y te llamo señor de Garnache... Ahora cállate y echa un trago...» Esas palabras se oyen siempre, aun después de veinte años.

Decían que nos parecíamos y la verdad es que, á l lejos y con la niebla, nos tomaban á veces al uno por el otro, y esto me halagaba. Por mucho que se diga, cuando el corazón está lleno de tales recuerdos hay para toda la vida...

—Gracias, Regino—dijo Jacobo con la voz cada vez menos firme, gracias, por hablarme así...

—Y á usted también le queríamos, á pesar de todo —respondió el guarda con su brutal franqueza.—Es verdad que usted no nos miraba, pero nosotros le veíamos bien y estábamos contentos cuando usted era dichoso.

— Regino!...

Jacobo casi lloraba.

Y entonces, en medio de la plazoleta, los dos hombres se dieron la mano por un impulso espontáneo.

El apretón fué vigoroso por ambas partes. Garnache, á su vez, sintió que un sordo sollozo se le atravesaba en la garganta.

—Señor Vizconde... aunque tuviera usted todas las culpas, lo que no es verdad, este minuto las borraría para mí... ¡Dios mío! es preciso que los buenos se vayan y padezcan, cuando los malos se quedan y rebosan de alegría... El conde Juan y usted mismo... al lado de un Piscop ó de un Grivoize... Los tiempos son