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lo sé, pero ella demasiado, acaso... puede que más que á su hijo...

El guarda aprobó con la cabeza.

—Es exacto, señor Vizconde; le quería á usted más que á nuestro José y no se podía remediar; era así.

—Sí—continuó el heredero sin patrimonio,—lo sé..pero cuando se es niño se ignoran muchas cosas, sobre todo cuando se está mimado por todo el mundo...

Regino, dí á Berta, y repítete tú mismo, que no hay que guardar rencor á vuestros antiguos amos. Mi madre era una enferma sin responsabilidad; no quería ver á nadie, ni á mi padre ni á mí mismo, y mucho menos á los demás, como á Berta, por ejemplo. Mi padre ha estado preocupado y triste durante los diez últimos años; había planteado mal sus negocios y, aburrido de sí mismo, se apartaba de todo el mundo, como tú, Garnache.

Su voz se debilitaba y tomaba una expresión de angustia.

El guarda le contemplaba á la luz de la luna con una expresión de cándida sorpresa, que ni siquiera pensaba en disimular.

¿Era aquél el tiranuelo del país, que no se dignaba responder á los saludos desde lo alto de sus carruajes y llevaba el orgullo hasta la ferocidad?

¡Bien cambiado estaba !

El infortunio le había convertido en otro hombre; tanto mejor y el marido de Berta se sintió conmovido.

—No, nunca he pensado que el señor Conde hacía mal cuando nos olvidaba; ya sabía yo que tendría sus motivos, y no conservaba de él más que buenos recuerdos. ¡Qué buen muchacho cuando tenía su edad de usted! Tan poco orgulloso, tan alegre... Salíamos los dos al amanecer, con la escopeta debajo del brazo