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Y, después, tá quién se le ocurriría buscar tan lejos?

Pasando por auténtico el falso Jacobo de Valroy, todo el mundo, propios y extraños, estarían de acuerdo para encontrarle elegante, aristocrático, verdaderamente noble de aptitud y un alma atávicamente refinada.

Simplezas, prejuicios, etiquetas y convenciones que un pequeño fraude ponía en ridículo y reducía á la nada.

Berta veía á su hijo á los diez años moviendo con gesto imperioso sus largos cabellos rizados en torno de la altiva frente, imponer la ley en Reteuil y en Valroy, siempre servido á su capricho y arreglándolo todo á su antojo; su familia, que no era suya, sus lacayos, sus caballos y sus perros.

¡Cosa curiosa! Aquella mujer salida del pueblo, al colocar á su hijo en esferas elevadas, le atribuía un alma orgullosa y aficionada al mando. Los Valroy, sin embargo, en todo el tiempo que alcanzaba la memoria de los hombres, habían sido siempre gente tratable, pero la mente campesina imagina mal un señor sin ceño y un rico sin insolencia.

Veía aún á su José, convertido en su Jacobo, á los dieciocho años, joven que hacía ponerse pensativas á las muchachas. Pasaba á caballo, á lo lejos, espoleando al ardiente corcel, detrás del ciervo ó del jabalí y entre el estrépito de las trompas... ó bien al lado de una dama joven y misteriosa, cuya cara no podía distinguir Berta, paseaba lentamente por los bosques, pisando los musgos y diciendo graves palabras...

Pero en todas las posturas que le prestaba, en todas las visiones que le evocaba, no distinguía á aquel héroe de su corazón más que entre brumas y á largas