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manifestación de las existencias dormidas siguió solamente produciendo un rumor junto al suelo; el silencio era profundo como una nada.

De pronto, Garnache se estremeció y apercibió el ofdo; bastóle un segundo para formarse una opinión, y vació despacio la pipa, la metió en el morral, se aseguró las polainas y, con la escopeta en la mano, se escondió entre las malezas; una culebra hubiera hecho más ruido.

—¿. Eh? ¿Tendrán razón los piojosos de mis amos?...

Alguien anda por ahí, algún pordiosero, sin duda; pero esos son justamente los que mejor saben poner lazos.

Hay que ver...

Regino seguía avanzando á paso de lobo; sus ojos, experimentados desde la infancia, distinguían todos los movimientos de la sombra. De pronto vió una forma negra en medio de una calle.

Jacobo se creía solo á aquella hora de la noche y, sin ocultarse, erraba á la ventura entre los árboles ; con gran sorpresa suya, veía sin mucha emoción aquellos mil testigos de su infancia.

Con la costumbre que había tomado desde que la vecindad de la locura le había afinado la inteligencia, trató de buscar la causa de aquella indiferencia, y se la explicó.

Decididamente, nada terrenal, pasado ó presente, podía atraerle ni interesarle una hora.

Los tiempos habían llegado; estaba maduro.

Recordaba, es cierto, mil cosas de su infancia y de su juventud; pero todo aquello estaba tan lejos como la toma de Troya.

Sí, siendo muchacho, se había revolcado en aquellos musgos y escondídose entre aquellas hierbas; el cuerpo de aquel muchacho había cambiado y más todavía el alma. Allí había soñado con grandes cace-