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Poco á poco se apoderó de él el deseo irresistible de ver por última vez, si no el castillo de Valroy, al que su orgullo le impedía aproximarse, aquel bosque que encerraba un mundo, aquella selva encantada, que había abrigado tantas escenas y cuyas tres mil hectáreas pertenecían ahora á Grivoize el menor y á su hijo Hilario...

Y una noche, él, antiguo dueño, se metió en el bosque furtivamente.

Acusado por la mañana de pereza por Grivoize el menor en persona, que decididamente olvidaba el pasado, Garnache se salió aquella noche gruñendo y con la escopeta al hombro.

Le reprochaban no hacer ya rondas de noche, co mo si no fueran bastante las de día... Si su trabajo no les gustaba, no tenían más que buscar otro guarda...

A los cincuenta años las piernas flaquean y hace falta reposo...

Y todo para qué? para contemplar la luna; no había un cazador furtivo en todo el término desde que Grivoize había comprado el bosque; se sabía que con él el negocio sería serio y nadie se aventuraba.

En fin, la orden era andar y andaba... no por mucho tiempo, sin embargo. Una mañana de éstas les tiraría el kepis á la cabeza á modo de despedida, y se iría á otra parte á plantar sus coles.

Ciertamente, le daría pena dejar el pabellón donde había nacido, donde se había casado, donde había nacido José á su vez, y donde todos habían crecido y héchose viejos; pero había que conformarse y no inclinar la espalda continuamente...

Así monologaba Regino mientras daba zancadas por las malezas.

Una intención le seducía; la de tenderse tranquila-