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—258Una noche en que el habitual insomnio le tenía los ojos abiertos, echó de ver con sorpresa que sus odios eran menos violentos; buscó la causa y se dijo, después de reflexionar, que también aquello era indiferente, como todo lo demás. Empezaba á aprovechar las lecciones del abuelo.

Otra vez ocupó su memoria la muerte de su madre; pensaba en ella con frecuencia, pero de ordinario afirmaba que su fin no había sido más que un acto de imprudencia. Aquella vez prescindió de sus antiguas ideas y dijo en voz alta: — También ella se mató!

Era natural; su madre era una Reteuil y la mancha persistía.

Quedaba él; Valroy sin duda, pero también Reteuil.

Ahora se creía unido con preferencia á aquella familia trágica.

Recordaba, como si tuviera necesidad de convencerse mejor, los terrores y los remordimientos que su madre le confesó en un día de esperanza; terrores por haberle transmitido la siniestra herencia; remordimientos por haberse casado sabiendo que llevaba en ella una gangrena capaz de envenenar dos razas.

La pobre condesa Antonieta no estaba tan loca como parecía por sus aprensiones; sus tardías penas podían justificarse.

Así lo deducía Jacobo, impulsado hacia su destino.

Sintiéndose entonces mejor y más ligero, como si sus penas se hiciesen menos pesadas ante la certeza de la curación próxima, amplió su averiguación sobre las cosas pasadas y buscó en aquella morada que había sido suya y en medio de aquellos muebles y de aquellos objetos por ella tocados, la presencia de la señora de Reteuil, aquella admirable abuela que tanto le había querido. Juzgó que aquella señora había