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—257todas contaban, sin embargo, un incurable aburrimiento.

Jacobo se deleitó con aquella prosa falaz, y aquel abuelo que afirmaba tan bien que todo hombre era un imbécil y toda mujer una infame, le pareció un sabio y pensador sin igual.

Aquél había contemplado la verdad cara á cara, discernido la fragilidad de los sentimientos humanos y demostrado la vanidad del esfuerzo y la estupidez de todas las creencias. Para el joven, cuya inteligencia era más bien sorda, aquellas frases amargas de un misántropo aburrido resonaron como palabras de oráculo.

Y aquel segundo Reteuil participó en su corazón, aunque en forma diferente, de la admiración filial que ya había dedicado al primero. Sí, tenía mil veces razón aquel desilusionado que había huído de la vida en un acceso de repugnancia un poco más violento que los otros...

Jacobo hizo una peregrinación solemne á aquel cuarto junto al tejado donde su héroe vivió los últimos minutos y se precipitó por la ventana hacia aquel vacío que le atraía como expresión definitiva de la fórmula humana universal.

Apoyado en el alféizar, abrazó de una ojeada aquella decoración en anfiteatro, en la que se había fijado la última mirada del otro; midió la altura, y se retiró espantado al echar de ver qué fuerte era la tentación.

¡Ay! con los días, la idea perseveró, creció y se exasperó. Jacobo marchaba ya entre dos espectros, que le hablaban en voz baja alternativamente.

Abandonó todo proyecto para el porvenir, sin querer precisar nada consigo mismo. Le parecía que llegaba al fin de un largo viaje y que iba á descansar al cabo. Y esta perspectiva le llenaba de dulzura.

EN LA PAZ.—17