Página:En la paz de los campos (1909).pdf/260

Esta página no ha sido corregida
— 256 —

siado tarde á un mundo demasiado viejo. Nada le interesaba y todo lo veía negro, pero sin causa real para tanta melancolía.

Parecía que, aparte algunos viajes rápidos, había vivido en sus tierras y había vegetado encerrado en su castillo. Ninguna curiosidad, ninguna ambición; ninguna esperanza; un spleen inglés á lo Chatterton; una niebla alemana á lo Werther; una desanimación antes de hacer nada mucho más francesa, como Escousse y Lebras, debieron de ser la característica de aquel espíritu apenado.

Era de su tiempo con exageración; la inutilidad de todo le cansaba de antemano y se cruzaba de brazos.

De todas las filosofías, interrogadas sin duda, pues aquel desocupado había leído, no había recogido más que la negación en una época en que el nihilismo estaba todavía sin inventar.

Su mismo ocio y la pereza que le estaba permitida fueron sus peores consejeros; buscó demasiado y muy lejos, y no encontrando nada, dedujo el vacío.

Mal de rico; mal de ocioso; si hubiera tenido que trabajar la tierra, ararla, sembrarla, segar su trigo y cocer su pan, no hubiera tenido tiempo ni gusto para criticar el Universo ni para desesperarse.

Se había dejado casar por desidia, por no discutir, por falta de valor ante todo acto voluntario; pero era de presumir que nunca amó á su mujer, la cual, por su parte, se casó con él sin gran convicción.

Debieron de formar una pareja poco unida, por ser ella dada al placer y él á la amargura. Al cabo de un año cada uno se fué por su lado sin cuidarse gran cosa del otro. Hacia aquella época fué cuando viajó más aquel extraño marido.

Sus cartas daban fe; fechadas en países diversos,