— Ha vuelto!... Lo sabías, verdad?...Entra, entra, lo quiero, lo ordeno...
Bella retrocede delante de él, pero no puede resignarse á huir de aquellos acentos metálicos que cantan para su corazón el despertar del pasado. La joven escucha y bebe la armonía ancha y agreste que resuena en los alrededores.
Gervasio, entonces, loco de cólera, la coge por un brazo y la arrastra hacia la casa. Ella se resiste y grita, mientras á lo lejos la trompa frenética de Jacobo canta la Cita...
Piscop masculla sílabas incoherentes y grita en su furor: —Si tu embocadura estuviera á tiro de fusil !...
Encierra á Arabela en el comedor y cierra la puerta; pero todas las ventanas del edificio están abiertas en las cuatro fachadas, y Gervasio sabe bien que ella oye y que el otro le dice desde lejos cosas que él no entiende.
Después le ocurre una idea; entra, descuelga una trompa, se la pone en la boca y sopla en ella hasta reventarse las sienes, como el paladín Rolando en el paso de Roncesvalles.
Entonces se entabla un duelo entre las dos trompas obstinadas; pero la superioridad del primero es pronto evidente y se afirma cada vez más, mientras el otro se va debilitando.
Gervasio tiene conciencia de que está tocando como un vaquero que llama á sus vacas; el Vizconde, en cambio, da al cobre un alma que habla á todos los espíritus. Gervasio, desanimado, deja caer los brazos y renuncia, mientras la trompa de Jacobo toma á lo lejos un acento burlón.
En todas las cabañas, en la granja, en el Vivero, en el pabellón, la tocata ha sonado como una adver-