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lla mirada acaba por llamar la atención de Gervasio, el cual levanta la cabeza á su vez, y dice brutalmente: —¿Cuándo vas á acabar de mirarme?... ¿Me vas á aprender de memoria?

—No, te sé demasiado.

Gervasio rechaza la silla de un empujón, y sale á la terraza para tomar el fresco. Bella le imita, pero se dirige hacia el lado opuesto. La noche estaba obscura y muy cálida, con una amenaza de tempestad que viene del lado del bosque.

Ambos están perdidos en las tinieblas; á ella se la adivina por la blancura de su bata, que forma como una mancha de luz confusa en su fondo de obscuridad; él se revela por la lumbre de la pipa, que se enciende á cada chupada y alumbra una parte de su dura fisonomía, su fuerte bigote y su nariz carnosa, como una aparición vaga y sin gracia, más bien siniestra. Pero él deseaba muy poco agradar y hasta ha olvidado, sin duda, que su mujer está á dos pasos de él. Piensa en los trigos que se anuncian mal, en los árboles frutales que no han dado nada y en la fiebre que diezma los ganados. Parece que por todas partes reina la mala suerte, y todo aquello le irrita profundamente.

Mientras remueve todo esto en su espeso cerebro, escupe de vez en cuando con afectación la saliva de la pipa.

Es uno de sus placeres; ciertamente es palurdo y grosero, pero él se llena de gusto exagerando esa grosería y apareciendo todavía más palurdo de lo que es.

La señora de Piscop—¡ oh, rabia!—siente profundamente aquellas injurias tácitas.

En aquel momento se estremece cada vez que el hombre expectora, y se aleja unos pasos más. El lo