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De modo que tú también, si yo no pongo remedio, correrás por la nieve y velarás las noches de invierno, después de las de verano, buscando á los malhechores á riesgo de recibir un tiro, para que no se robe ni un faisán en los bosques que van de Valroy á Reteuil... Tú también trabajarás sin tregua para conservar intactos unos bienes que no te pertenecen, mientras el propietario dormirá en su cama, quejándose del frío...

Miró de reojo á la cuna rica y añadió: —Este será el que lo tenga todo; tú no tendrás nada, ni siquiera las migajas de su mesa como yo en casa de Antonieta. Se creerá buen amo dándote un vaso de vino á los postres, cuando hayas andado leguas con el vientre vacío. ¿Por qué?... ¿Por qué?...

Eres tan guapo como él. Tienes, como él, grandes ojos azules, tan puros, que nunca debieran llorar. ¿Qué es lo que os separa? La injusticia. ¿Qué es lo que ha creado entre vosotros una diferencia? La forma de vuestra cuna, la finura de vuestras ropas, tres pedazos de encaje y una cadena al cuello. Pero vuestros cuerpos son iguales y vuestras almas están para nacer... Mi pobre José, si te pongo en lugar del señor Vizconde, ¿quién lo sabrá jamás, excepto yo?...

Al decir estas palabras, su sonrisa se hizo perversa, sus ojos vacilaron y su altiva cara hizo por un segundo un gesto de astucia. Ante la ruda llama del hogar, desnudó uno tras otro á los dos niños, que se despertaron y se estiraron, alegrados por el fuego.

Durante un momento, Berta contempló á aquellas carnes tan iguales.

Sin embargo y esto sólo ella lo había notado,—los ojos de José eran de un azul más obscuro. Después los volvió á vestir apresuradamente, pero equivocándose adrede.