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Tales eran sus distracciones más habituales; otras veces hacía ensillar un caballo y salía á galope tendido por el bosque ó á través de prados y campos sin cuidarse de los sembrados... Pero allí también encontraba sus espectros.

Cuando pasaba así, á una velocidad loca, los campesinos que no eran aliados de los Grivoize, se encogían de hombros y no se descubrían. A veces un insulto la seguía con el viento. Se sentía rodeada de odio. Berta se erguía á su paso y le prodigaba las injurias.

Cuando encontraba en el camino gente de la granja, criados de Piscop, también ellos se burlaban por lo bajo, si no manifestaban abiertamente su poca estimación.

En aquella atmósfera hostil, la joven seguía siendo intrépida; levantaba la cabeza, manejaba el látigo y cuando se presentaba un obstáculo, como un seto ó una cerca, empujaba al caballo y pasaba de un salto, dejando detrás de ella á los campesinos asombrados y obligados á confesar que no tenía miedo.

Pero, cuando volvía, acabábase su fiebre al apearse, y Bella se encerraba de nuevo con la cabeza baja en el saloncillo que había sido el cuarto de Jacobo.

Piscop, que ignoraba la antigua distribución del castillo, supo por un criado cuál era en otro tiempo el destino de aquella pieza transformada.

Y su furor fué grande; pues comprendió, al fin, por qué á su mujer le gustaba estarse allí tan largo tiempo. Fué para él una ofensa más de la que juró vengarse un poco mejor.

A todo esto, tuvo una satisfacción: después de años, de pasos é instancias, á petición de Carmesy, último de este nombre, Gervasio Piscop fué autorizado para