Página:En la paz de los campos (1909).pdf/247

Esta página no ha sido corregida
— 243 —

Pero, ultrajada, humillada y oprimida, se escapaba del presente por los caminos del pasado, sin atreverse á aventurarse en los del porvenir. Y en esos caminos encontraba forzosamente al que la había acompañado en ellos, á su Djeck.

¡Pobre muchacho!... ¿Dónde le habría arrastrado la desdicha?... ¡ Pensar que sus dos dolores hubieran podido sumar una felicidad!

El abandono en que la dejaban sus padres era también para ella una fuente de cólera y de rencor. Había servido de objeto en una tenebrosa partida y de cebo á todos los apetitos; y ella sola era desgraciada.

Como Berta, llegaba á acusar á la suerte de injusticia, sin ver, también como Berta, que ella misma había edificado su destino. Adiestrada en la astucia desde la infancia, le había tomado el gusto, y, cuando mentía, encontraba en ello un encanto. En sus exámenes de conciencia, dudaba á veces para definirse y reconocía lo complejo de su naturaleza y lo pérfido de su vocación.

Pero se absolvía muy de prisa. ¿Era culpa suya? De ningún modo. Debía lo que era á sus múltiples orfgenes, á todas las sangres mezcladas en sus frágiles venas, sin contar la influencia de las aventuras, de los viajes incesantes y de los países diversos atravesados, por lo menos.

¿Acaso estas neurosis de raza y estas emociones de la vida errante no podían depravar inicialmente un alma y suprimir su responsabilidad? Así lo admitía ella.

Pero con más frecuencia volvía á Jacobo y á todos los Valroy al conde Juan, su primera víctima, y á la pobre Condesa. Y su memoria se enternecía ante el fantasma, que seguía benévolo, de la señora de Reteuil.