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—i Gracias!—respondió Bella;—la perspectiva es alegre...

En este momento apareció Gervasio sonriendo astutamente.

—Y bien—dijo al entrar,—¡me han quitado ustedes bastante el pellejo?... Sí?... Pues hablemos de otra cosa... Si el invierno continúa así, se van á helar las patatas...

Gervasio exageraba su grosería con un gozo de desquite. Tenía en su poder á toda aquella gente.

Tales eran las relaciones de Piscop y Carmesy tres días después de la boda de los dos herederos de aquellas razas tan distintas.

Con el tiempo la diferencia, la división y la aversión no hicieron más que crecer. Las familias Grivoize y Piscop se aliaban á Gervasio, le sostenían y le animaban en sus venganzas brutales contra los Carmesy y, sobre todo, contra Arabela.

Hombres y mujeres la detestaban. Los hombres porque envidiaban á su marido; las mujeres porque la envidiaban á ella, por espíritu de origen y por ese sentimiento, natural en la fealdad, de odiar á la belleza.

Además, las familias se aumentaron pronto con nuevas reclutas que no fueron las menos activas en la animosidad. Anselmo, Timoteo y Antonín se casaron también, pero, con mejor sentido, eligieron campesinas ricas, cuyos padres, gente de zuecos, amontonaban los pesos. Venidas de los cuatro lados del departamento, aquellas mocetonas de apariencia regocijada fueron las más rabiosas para morder á aquella cuñada delicada y pálida, que descendía de reyes y no se dignaba conocerlas.

Todas ellas en dos años tuvieron dos hijos. Arabela, en cambio, no fué madre; y éste fué el golpe de gracia para aquel matrimonio ya desavenido.