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mada. Para las cuestiones de dinero he vuelto muchas veces á la carga, y en fin de cuenta he aquí lo que me ha dicho con su risita disimulada: —No insista usted, Bella; se ha casado usted conmigo por amor, no es cierto? Pues bien, no puede usted querer mi ruina como la de Jacobo...» ¿Es posible burlarse así del mundo?... Que me he casado con él por amor... ¡Un pastor, un palafrenero!... Ayer tarde fué más franco por casualidad; después de yo no sé qué querella, me dijo bruscamente: —Cállese usted, ya estoy harto... Si cree usted que no sé lo que pasa en su cabeza, se engaña. Por muy bestia que yo sea, no llego hasta ese punto. Sé que me desprecia usted porque no tengo nacimiento y soy un paleto indigno de usted, mi noble dama; pero yo me río de todo eso. Echa usted de menos á los condes de Valroy, porque la nobleza va siempre á la nobleza...

Siéntalos usted, pero hágalo de modo que yo no lo vea, porque si no, se verá usted obligada á echar de ver que, á falta de pergaminos, tengo la fuerza. » Es amable, ¿verdad? Por mucho que le dije que ante la antigüedad de nuestras razas un Valroy no valía más que un Piscop...

— Muy bien!—exclamó el Marqués.

—Enteramente justo—confirmó la Marquesa.

—No quiso oir nada... Es ya la guerra declarada.

Así estamos después de tres días de matrimonio.

—Y bien, está bonito—confesó Godofredo.—Ya no hay respeto en la época en que vivimos...

—Es un palurdo—dijo Adelaida.

—Ciertamente—respondió la joven,—pero es un poco tarde para reconocerlo; ese palurdo es mi marido.

— Bah!—dijo Carmesy siempre ligero,—todo eso se arreglará al primer hijo.