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Y añadió triunfante (porque conmigo las echa de ingenioso), esta frase que ha debido oir al maestro de escuela: —El rey de Francia no se acuerda de las injurias del duque de Orleans... Gervasio, casado, no se acuerda de las promesas de Gervasio soltero.» Le hubiera abofeteado... Pero hay algo mejor. Yo debía gobernar la casa á mi gusto y recibir dinero por trimestres, sin tener que dar cuentas. Suprimido todo eso, él es quien tiene la caja día por día, y hace el gasto moneda por moneda... Mi presupuesto personal, suprimido antes de haber existido.

—«Si tiene usted necesidad de algo, ya me lo dirá ; y si es razonable, tendré mucho gusto en satisfacerla. » Esto es lo que me espera.

Otra cosa que os concierne á vosotros. Le he recordado que ibais á instalaros aquí, con nosotros, dentro de unos días, como estaba convenido; y, sin turbarse tampoco, ha respondido: —No, querida, he cambiado de opinión. Sus padres de usted están muy bien en la Villa Rústica y no hay que cambiar sus costumbres... Además, los mejores padres son siempre molestos para unos recién casados...» ¿Qué decís de esto? Se os despide.

—Eso es lo más serio—dijo el Marqués ofendido.

—Me contraría mucho, mucho...

Adelaida no encontró más que una palabra: —Shocking.

Una vez más era aquello improper.

—Vamos á ver—dijo Godofredo.—Lo que no se obtiene directamente, se gana por rodeos... ¡No habría un medio?...

Su hija le interrumpió con áspera convicción: —No hay ninguno, lo repito; es una resolución to-