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Los dos Carmesy bajaron la cabeza. ¿Sería que se les cambiaba ya la suerte?

—Pero, en fin—dijo Adelaida,—¿qué hay? ¿De qué te quejas?

—De todo; me he casado con un bruto, con un tirano; habrá que plegarse ó romperse... yo no me plegaré, pero el porvenir es bonito... Hay que, por añadidura, se burla de mí. Escuchad esto. Al día siguiente de la boda (la cosa no se ha hecho esperar), se ha mostrado tal cual es, un bruto tozudo é irreducible... Y no hay nada que hacer; no hay medio de cogerle; una obstinación obtusa de paleto hinchado; una resolución tomada hace mucho tiempo; se está vengando, es seguro... Esperaba, y ha llegado su día. ¡Ah! sí...

Bella estaba anhelosa y palpitante al exponer sus vergüenzas y sus rabias imprevistas. En el mismo tono continuó: —Nuestro viaje... ¿sabéis? Le he preguntado si íbamos á marcharnos pronto... El invierno es tan rudo (le he dicho), y me atrae el cielo azul... El me ha respondido, todo asombrado: «¿Qué viaje?... Es verdad que hace frío... ¿Qué cielo azul ?» Yo le respondí: —Bien lo sabe usted... nos vamos á Italia.» Y él contestó con mucha calma: —Sí? pues yo no tengo semejante intención.» Confieso que me quedé estupefacta, pero insistí, sin embargo: —Me había usted prometido...» El se echó á reir: —Esta gente de partícula es siempre lo mismo; siempre se les ha prometido algo... El conde de Valroy aseguraba también que se le había prometido la renovación de sus créditos... He prometido eso? Pues no me acuerdo.