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de septiembre y tomaría posesión á principios de octubre, en la época de la caza. Hasta entonces Jacobo conservaba el libre uso de sus bienes.

Ahora bien, en el mes de junio volvió á aquel castillo que ya no era suyo, sin duda para vivir allí todavía unas semanas, reunir sus recuerdos, evocar los espectros y decir adiós á todo.

Pero estaba resuelto á no salir de sus muros y de sus arboledas y á permanecer invisible para las curiosidades malévolas y para los odios de los alrededores.

Tenía, por otra parte, miedo de sí mismo y quería evitar los encuentros, pues si alguna vez el azar le presentaba á aquel bandido de Gervasio Piscop, que ya se hacía llamar Piscop de Carmesy, con su mujer la nueva castellana de Valroy, no estaba seguro de evitar un homicidio, perdonable después de todo.

Se encerró, pues, con un solo criado llevado de París, que profesaba el más profundo desprecio á los paletos y no quería revelar los secretos de su amo.

A pesar de esta precaución, Berta, que hacía cinco años acechaba ansiosamente aquella vuelta tan deseada, descubrió su presencia, ó más bien, la adivinó.

Había contemplado de lejos á aquel hijo encontrado por milagro y se volvió á su casa sin dejarse ver y no sabiendo ya si era feliz ó desgraciada; mezclaba el pasado con el presente y los remordimientos y desesperaciones con las vagas esperanzas, sin llegar á distinguir, por falta de razón acaso, el verdadero color de sus pensamientos.

Eran éstos complejos. Desde hacía veinticinco años la vida de esta miserable mujer no había sido, en suma, más que una perpetua mentira y una continua angustia, y, después de la ruina de Valroy, un eterno martirio.

Todo lo que había esperado, previsto y querido se