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» Se dirigió entonces á los tribunales, y en el momento se vino á bajo toda la superficie de aquel gran edificio de fabulosas estafas. Los famosos dividendos eran pagados con los fondos mismos de los suscriptores y los inventores de aquella explotación no esperaban más que un resultado, es decir, que las sumas estafadas fuesen bastante considerables para valer la pena del escamoteo final y de la fuga de los interesados dejando la llave en la puerta, que fué lo que hicieron al primer viento de alarma.

Carmesy había sido seguramente el alma creadora de la empresa, pero su nombre no figuraba en ninguna parte. Era el dios invisible y estaba libre de toda persecución y de toda alarma.

No sucedió lo mismo con el señor de Valroy ; aquel despojado fué comprometido. ¿No era presidente de un consejo ficticio, compuesto de testaferros pagados y perfectamente insolventes?

Su denuncia á la justicia dió la señal de alarma á los que habían sido engañados como él; llovieron las reclamaciones, los reproches y las amenazas. Y sucedió que Valroy perdió el dote de su mujer, la fortuna de su suegra y fué condenado á pagar á las víctimas de cuya suerte participaba.

Protestó y alegó su buena fe; pero le respondieron que le creían de buen grado, pero que la ley era la ley, y que él había aceptado cargos y responsabilidades sin estar obligado á ello y por un entero y perfecto consentimiento.

Peor para él si garantizaba con su nombre un negocio, sin estudiarlo previamente. No tenía más que pagar, sin lo cual sería condenado por sus jueces y habría, acaso, consecuencias infamantes.

Al mismo tiempo, el castillo y las tierras de Valroy