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de cosas y á los pensamientos que estaban en el aire.

De repente, rechinó la arena del jardín bajo unos pasos pesados, y apareció Berta. El que no la hubiera visto en aquellos cinco años, no la hubiera conocido.

La desesperación había desgastado la grasa y era ahora una mujer flaca y descarnada; sus cabellos blancos enmarañados y sus ojos asustados explicaban la acusación de locura que todo el país lanzaba contra ella.

Entró, y en el umbral gritó con voz vibrante y exaltada, en una superabundancia de alegría: — Ha vuelto!

Regino y Sofía no necesitaron explicaciones; en el momento comprendieron que se trataba de Jacobo.

— Ha vuelto?—repitió el guarda.

—Sí—dijo Berta,—le he visto, de lejos, pero le he visto.

—¡Ah!—exclamó Sofía sin satisfacción, porque preveía nuevas locuras.

Pero la poseída continuaba su canción; acaso no se dirigía á los demás y hablaba sola, en una necesidad de expansión.

—Está allí, errando por el parque, solo, con la cabeza baja, las manos en la espalda y con una expresión tan triste, que me ha hecho llorar. Sin duda veía los fantasmas. ¡Ay! es loco todo esto...

Cuando hablaba de locura, resultaba siniestra. Su marido y su hermana se estremecieron.

—Pues bien, ahora que sabes que está ahí, descansa, come y duerme.

—¿Y si se fuese?....

—No se irá—respondió Regino en el tono que se emplea para hablar á los niños.

Es verdad?... ¿Es seguro?...

Preguntaba, queriendo creer: