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—A Jacobo—respondió brevemente el guarda.Hace cinco años, desde que se vendió Valroy y Reteuil está amenazado, espera ella que vuelva. Y no le diga usted que no volverá jamás; ella sabe que sí.

Dicho esto, se aseguró la escopeta en el hombro empujando la correa, y se marchó.

—Buenas noches, Balvet, y vosotros, muchachos.

Estaba ya lejos, y la voz risueña de los niños le perseguía aún con sus despedidas y caldeaba un poco su alma obscura embotada por la pena.

Al llegar al pabellón, encontró á Sofía en la puerta.

—¿Y bien?

—Nada, no ha vuelto.

—Me lo figuraba; se ha vigilado el camino. Es verdad, que no se sabe dónde está.

—Bah!—dijo Sofía,—siempre en el mismo sitio; en Reteuil, puesto que Valroy no es ya Valroy.

Y á la pobre mujer tan sencilla, se le ocurrió una frase casi bonita: —Ya no tiene recuerdo; va á la esperanza.

—Y á nosotros nos espera una noche sin sueño...

—Acuéstate, Regino—aconsejó Sofía,—yo me basto para velar.

El guarda montó en cólera.

—Eso es; tú harás todo el trabajo; cavarás el jardín, lavarás la casa, harás la comida, y, por la noche, te estarás en pie paseándote.

—Tú también trabajas.

—Yo soy un hombre.

—Soy yo una mujer?—dijo Sofía dulcemente, en su humildad de muchacha fea.

Regino no respondió en seguida; pero dijo después de un momento: —Ojalá tuvieran todas tu corazón.

Aquello no era directo, pero correspondía al estado