los mismos derechos que él sobre la heredera de los Carmesy de Francia y de los O'Brien de Irlanda, la misma que no encontraba bastante noble para ella á un conde de Valroy... acaso entonces, en un momento de demencia, hubiera buscado el crimen y le hubiera pronto encontrado.
Por el momento, no podía tratarse de venganza, puesto que no tenía delante de él más que un viejo y dos mujeres; era una fuerza más de aquel terceto tenebroso la de oponer tanta debilidad á toda explicación...
Después se cambió su pensamiento y volvió á ver á Arabela paseando con él en su charrette inglesa por aquel mismo bosque. Bella, que guiaba con mano nerviosa y firme, tenía catorce años y él dieciséis; sus largos cabellos de un rubio pálido le cegaban á veces y le ahogaban la cara en un tibio raudal. Jacobo creía sentirlos todavía en la mejilla.
Su recuerdo quedaba inscripto en todas partes ; aquellos árboles la habían visto; había hollado aquellos musgos con su ligero pie de sílfide; todo aquel paisaje se había pintado en sus profundas pupilas.
Jacobo tendió los brazos á la noche, oprimió el pasado en su corazón y, presa de un desfallecimiento, se dejó caer al pie de un olmo sin edad, y lloró.
El vizconde Jacobo no era ya más que un desdichado.
La flora y la fauna, en la quietud de las sombras adormecedoras, se callaban alrededor de él para escuchar los sordos sollozos escapados de aquel pecho de hombre...
Y las encinas casi eternas, expertas en el dolor por haber visto tanto, y bajo cuyas ramas habían dormido en otro tiempo las druidas y los reyes merovin-