Página:En la paz de los campos (1909).pdf/219

Esta página no ha sido corregida
— 215 —

los mismos derechos que él sobre la heredera de los Carmesy de Francia y de los O'Brien de Irlanda, la misma que no encontraba bastante noble para ella á un conde de Valroy... acaso entonces, en un momento de demencia, hubiera buscado el crimen y le hubiera pronto encontrado.

Por el momento, no podía tratarse de venganza, puesto que no tenía delante de él más que un viejo y dos mujeres; era una fuerza más de aquel terceto tenebroso la de oponer tanta debilidad á toda explicación...

Después se cambió su pensamiento y volvió á ver á Arabela paseando con él en su charrette inglesa por aquel mismo bosque. Bella, que guiaba con mano nerviosa y firme, tenía catorce años y él dieciséis; sus largos cabellos de un rubio pálido le cegaban á veces y le ahogaban la cara en un tibio raudal. Jacobo creía sentirlos todavía en la mejilla.

Su recuerdo quedaba inscripto en todas partes ; aquellos árboles la habían visto; había hollado aquellos musgos con su ligero pie de sílfide; todo aquel paisaje se había pintado en sus profundas pupilas.

Jacobo tendió los brazos á la noche, oprimió el pasado en su corazón y, presa de un desfallecimiento, se dejó caer al pie de un olmo sin edad, y lloró.

El vizconde Jacobo no era ya más que un desdichado.

La flora y la fauna, en la quietud de las sombras adormecedoras, se callaban alrededor de él para escuchar los sordos sollozos escapados de aquel pecho de hombre...

Y las encinas casi eternas, expertas en el dolor por haber visto tanto, y bajo cuyas ramas habían dormido en otro tiempo las druidas y los reyes merovin-