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tranquilo, tantas burlas crueles en seguida, tanto odio por fin, saliendo de aquella boca, de la que tenía derecho á esperar una canción de amor, aumentaban su confusión.

En este momento apareció por cuarta vez la marquesa Adelaida. El cochero, en el pescante, restañaba el látigo para advertir que los minutos pasaban. La Marquesa gritó: —¡ Arabela!

Y se dirigió al coche.

Entonces, por un recuerdo repentino del pasado y una reproducción de las primeras impresiones, ocurrió una escena rápida y violenta, que terminó con dos palabras, ya dichas en otro tiempo. El destino quiso que se separasen con las mismas palabras con que se habían saludado hacía cinco años en su primer encuentro.

Arabela, al oir á su madre, se dirigió al coche. Jacobo, perdiendo la cabeza, la cogió brutalmente por un brazo y la retuvo. Bella se desprendió dando un grito de dolor y exclamó: —¡ Grosero!

Y él respondió, rechazándola: Saltimbanqui!

Bella saltó al coche y la Marquesa cerró violentamente la portezuela. Aquella mujer de ojos puros y mirada leal, no había juzgado á propósito intervenir...

Conocía á su hija y sabía bien que ella bastaba.

El cochero arreó á los caballos, que salieron al trote largo; estaban retrasados.

Jacobo, con los brazos cruzados delante de aquella casa ya abandonada, donde había vislumbrado la dicha, miró huir en la sombra todo lo que había amado.

El ómnibus, mal equilibrado bajo la masa de equi-