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visíta á Valroy, y cuando le preguntábamos el por qué de su tristeza, nos dijo bajando la cabeza, después de hacerse rogar algún tiempo: «Hay una mancha en esta familia. » Ante este golpe inesperado, Jacobo retrocedió á su vez y también él rugió de cólera.

Señorita !

—Espere usted... Mi madre, viendo á la condesa Antonieta curada de sus antiguas manías, le había preguntado la causa de aquel mal sin nombre y su madre de usted le confesó esto...

La voz de Arabela silbó; llegada al fin de su discurso soltó las riendas á su odio con salvaje alegría, porque iba á herirle y á pisotearle. En sus labios se veía una ligera espuma...

—Su madre de usted confesaba: que su nacimientode usted la había herido para siempre y había estado á punto de costarle la vida. Pero esto no era nada, y sólo lo mencionó por incidente. Su madre de usted confesó también que sus ascendientes, por parte de Reteuil, eran unos maníacos peligrosos, poseídos por la locura del suicidio; que su padre se había matado sin saber por qué, por pura demencia; que su abuelo se había matado sin que nada le obligase á ello; que su raza estaba condenada y maldita; que ella misma llevaba en sí el germen de esta locura, lo que era su mal; y que temía haberle á usted transmitido ese germen con la vida. Por eso le había á usted alejado de ella, por el terror del hombre fatal que debía usted ser, y por el remordimiento de haberse casado y dado á usted una existencia condenada al drama, siendo así que ya conocía la historia de su familia. Guardaba rencor á su marido por haberla amado y héchose amar, amor funesto, que á pesar de sus escrúpulos había decidido su unión. Durante años le había á us-