llos, no porque esto lo desease al principio; lejos de eso, recuerde usted que ya hemos sido enemigos...
Al decir esta frase, se encendió en sus ojos una chispa de cólera; su voz era más baja y más sorda, como una amenaza. Pero tomó de nuevo el tono de una conversación ordinaria.
—Sí, se me invitaba todos los días á volver el siguiente. Decían que yo llevaba la alegría y la luz. La realidad era que sus quince años de usted se habían enamorado de mis trece, y que siendo el amo en Valroy como en Reteuil, exigía usted mi presencia. Consentí, porque no sospechaba que en pocos días le convertiría á usted de tirano que era en esclavo estilo noble, que fué lo que ocurrió en estilo vulgar. Me ha hecho usted la corte infatigablemente. ¿Le he—alentado yo á usted nunca? Sea usted sincero. Jamás... Tenía yo demasiado orgullo por ser usted rico y yo pobre por ser yo demasiado noble y no serlo usted bastante...
El Vizconde se ruborizó: —¡Ah! eso sí que es nuevo...
—No; es muy antiguo. Mis padres, previendo en seguida una demanda de matrimonio, habían resuelto responder con una negativa pura y simple, sin más explicaciones. Pero el diablo tomó cartas en el asunto. Al conocerse mejor, vino la estimación y el cariño; esto era al menos lo que se decía entonces. Y yo la primera, encontré que si la fortuna no podía colmar las barreras que existían entre nosotros, el amor tenía alas y podía saltar por encima.
— Arabela!
— Cállese usted! no he acabado... Era aquél el tiempo en que el marqués de Carmesy era el amigo, el confidente, el hombre necesario, del conde de Valroy ; la condesa Antonieta no podía pasarse un día sin su