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lo es... Luego mentía usted? ¿Luego hace cinco años que está usted mintiendo?

Bella buscaba todavía pretextos y excusas. Con los ojos fijos en el suelo, declaró: —Juzga usted demasiado de prisa y me condena sin oirme. Esta partida repentina tiene sus razones. Mi padre está muy enfermo y nos llama á su lado. ¿Qué tiene esto de extraño?

El joven se encogió de hombros.

—Nada, en efecto, nada tiene de extraño... todo es muy natural; tan natural, que no ha pensado usted siquiera en prevenirme y esta tarde todavía me ha dejado usted soñar con un amor eterno y me lo ha jurado por centésima vez...

—El telegrama ha llegado hace dos horas.

Jacobo le miró bien de frente, y ella evitó esa mirada; entonces el joven respondió brutalmente: —No creo ni una palabra. No hay tal telegrama ni su padre de usted está enfermo. Huye usted porque nos amenaza la ruina, que es su obra de usted y de sus padres, sí, de todos los Carmesy...

Bella se irguió, herida en su orgullo.

—Es usted absurdo; no hay nada de eso. Si el conde de Valroy ha disipado su fortuna, la culpa no es de nadie más que suya. Esto es lo que se gana esforzándose por salvar á los que se ahogan: ese es el agradecimiento.

Jacobo recogió la palabra y respondió en tono amargo: — El agradecimiento!... Está completo; más aún, esto excede á todo... Oiga usted, Arabela; hace apenas una hora la defendía á usted y no quería creer en su complicidad en tal aventura. Pero su fuga me prueba que me equivocaba una vez más; es usted un instrumento en la mano de su padre. Es usted una ad-