Página:En la paz de los campos (1909).pdf/204

Esta página no ha sido corregida
— 200 —

áspera nostalgia de los desterrados errantes, sintiéndose ya extranjeros en aquella atmósfera y con vergüenza de que así fuese.

De repente sonaron detrás de ellos unos pasos precipitados y poco seguros, el ruido de un galope de bestia perseguida; después una voz sin aliento gritó: —¡ Jacobo !

El Conde y el joven se detuvieron bruscamente: hasta tal punto resultaba siniestra en el silencio de la noche aquella llamada ronca y casi desesperada.

Vueltos hacia Reteuil, esperaron ansiosos; poco después, una forma, ó, más bien una masa, rodó hasta ellos con un ruido de fuelle roto y un lastimoso anhelo.

Y aquello hablaba: —Señores... perdón si he dicho «Jacobo...» pero era preciso para llamar á ustedes... ¡ Señores, «ella» se va..aellas» se van... ocultamente, sin decir nada... sí, en la «villa»...

Habían reconocido á Berta y la escuchaban horrorizados, pues se estaba ahogando con el pecho levantado por el hipo, la cara lívida y los ojos saltones; y las palabras que decía la estrangulaban al salir.

Al oir la advertencia los dos se estremecieron; Jacobo dió un salto: —¿Qué dices?... ¿Se van los de la Villa Rústica ?

La mujer, comprimiéndose con ambas manos las agitadas caderas, hizo con la cabeza una señal enérgica.

—¡ Sí!

Y por retazos, por sílabas, trató de precisar.

—Esta tarde ha venido un coche... de la villa... el tren... las once... son las diez... Se van... cargan las maletas... Entonces he corrido... aquí estoy.

No lo decía todo. Advertida por casualidad de que la Marquesa había encargado un coche, había adivi-