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mesy en fuga; era la confesión; todo lo que él había edificado debía derrumbarse.

Jacobo, sin embargo, se agarraba á una última esperanza. Si el Marqués pensase alejarse para mucho tiempo, no hubiera dejado á su mujer y á su hija detrás de él. Pero el joven refutó él mismo esta afirmación. ¿Por qué no, después de todo? Adelaida y Arabela no arriesgaban nada permaneciendo solas en la Villa Rústica. Aun cuando estuviese probado y averiguado que el Marqués había conseguido arruinar á Valroy y Reteuil juntos, nadie pensaría en hacer responsables de sus actos á aquellas dos mujeres, que podían quedarse en el país sin tener nada que temer.

¿No sería él el primero en protegerlas?

Al pensar en esto embotó su cólera un sentimiento de infinita dulzura.

Los dos hombres de la misma estatura, andaban rápidamente por la carretera; la luna proyectaba delante de ellos, como vanguardia, sus dos inmensas sombras; la noche era clara y un poco fría.

En un repliegue del terreno dormía el caserío de Taillefontaine, con sus cabañas diseminadas y su pobre iglesia, sin una luz detrás de sus vidrios muertos; un perro ladró y rompió el silencioi Padre é hijo llevaban el mismo pensamiento. ¡ Era verdad, Dios mío! Mañana, acaso, aquellos paisajes familiares, aquella tierra abuela, todo lo que formaba sus propiedades, sería dividido y despedazado por una cuadrilla de ávidos bandidos. Les quitarían sus bienes, delante de ellos, por la fuerza, y no tendrían más que cruzarse de brazos y dejar hacer, para volver después la espalda á los antiguos muros amigos y partir sin objeto hacia cosas nuevas.

Ante esta perspectiva, sus corazones se oprimieron; los dos sintieron por adelantado la amargura y la