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—Buenas tardes, hijos míos... ¿Qué nueva desgracia?...

—Tranquilícese usted—dijo Juan;—no hay nada nuevo; la cosa no puede ir peor; pero tenemos que hablar. Tengo dudas ó, más bien, temores. ¿Cómo está usted con el Marqués? ¿Qué fondos ha colocado usted por su consejo en el famoso Modern Ahorro?

La de Reteuil abrió las dos manos en un sencillo ademán: —Es fácil de saber; todo lo que tenía. Dinero y valores negociables por más de cien mil pesos.

Valroy apretó los puños.

—Está bien—dijo;—con el dote de Antonieta son ciento cuarenta mil arrojados á ese abismo, porque es un abismo, señora, un abismo sin fondo... Tengo ahora casi la certeza. ¡Ah! los Carmesy nos cuestan caros...

—Papá...

_Juan...

Jacobo y la anciana se referían cada uno á un pensamiento distinto. El Conde siguió diciendo: —No acuso á usted ni á nadie; no tengo ese derecho porque soy el primer culpable. Si no hubiera disipado mis bienes, no hubiera tenido necesidad de dinero, Godofredo no me lo hubiera ofrecido y no nos hubiera arrastrado á todos al abismo en que nos agitamos. Mañana iré á París al Modern Ahorro, y veré lo que vale esa extraña compañía financiera. ¡Cuántos reproches tengo que hacerme en esta ocasión! Lo he aceptado todo con los ojos cerrados, después de haber tenido tantas prevenciones... Mi estupidez no tiene igual y he merecido lo que sucede; pero ustedes... ustedes....

La anciana gimió á su vez y confesó sus errores...