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—Señor Conde, tiene usted razón, somos unos brutos y gente de poco más ó menos; pero entonces, ¿por qué está usted aquí? No se va á implorar caridad y á mendigar tiempo, que es dinero, á casa de los brutos cuando se es como usted un magnífico señor cuyos abuelos zurraban á los nuestros... Por esto está usted perdido y todos los discursos son inútiles. Cuando un villano tiene en la mano la garganta de un noble, el villano aprieta los dedos si no está loco. Vengamos á los viejos del tiempo de los reyes; á los que no comían para que ustedes engordasen; á los que sufrían, trabajaban, lloraban y deseaban la muerte como único descanso...

Ahora somos los más fuertes y debemos aprovecharnos. ¿Qué almas serían las nuestras si no? No somos tan cristianos...

Gervasio tomó aliento para la peroración: —Lo que pasa se dice en pocas palabras. Del lado de usted orgullo, locura y desidia; del nuestro odio, envidia y voluntad. Hace cien años que los Grivoize y los Piscop trabajan para conseguir lo que hoy sucede, que la granja se coma al castillo, para que el castellano venga á la granja á implorar al villano; y para que el villano responda á ese señor vacío: «Siga usted su camino, buen hombre, no tenemos nada para usted..

El conde Juan, lívido bajo aquel chaparrón de insultos, trataba de protestar; pero siempre su voz había sido cubierta por un rumor creciente, que se apaciguaba al instante cuando era Gervasio el que hablaba.

Cuando éste se calló, se manifestó en los presentes cierto asombro. Aquellas frases excedían á todo lo que se había previsto como réplicas violentas. Los jóvenes estaban satisfechos; los viejos movían la cabeza. Todos contemplaban al enemigo, el señor conde Juan de