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co pensamiento importante, que era el desastre, no pudiendo acostumbrarse á la perspectiva del vizconde de Valroy fuera de Valroy, de Jacobo echado de su casa... y después, ¿quién sabía si, tras de tales vergüenzas, la familia dejaría el país? Entonces no le vería más, ni aun de lejos, y sería el fin, el golpe de gracia.

Y presa de una suprema rebelión, levantó los puños, balbució unas sílabas inarticuladas, con los labios llenos de espuma, y se desplomó en una cama, las facciones torcidas y los ojos convulsos. En todas aquellas caras de campesinos se pintaba un indecible asombro y un tremendo espanto. Para todos ellos, aquella criatura estaba endemoniada.

El drama, por otra parte, aumentaba por todos lados.

Cuando Juan, desengañado y desesperado, comprendió ya tarde que le habían burlado como á un niño, convocó en el castillo á sus tres acreedores, en otro tiempo amables y cautelosos, y hoy arrogantes é implacables. Solamente los dos Grivoize acudieron á la cita. Piscop se abstuvo.

Los dos hermanos achacaron al ausente todas las responsabilidades. Todo era Piscop, siempre Piscop.

Ahora bien, éste, como un ídolo chino en el misterio de las silenciosas pagodas, hacía consistir su poder en la invisibilidad.

Se le podía cargar con todo; tenía buena espalda y no estaba allí, para que no se le interpelase directamente. Los otros se aprovechaban de ello.

Por fin, el conde Juan, renunciando á toda dignidad, resolvió ir él mismo á la granja y sorprender en su guarida á aquel enemigo tan determinado como incoercible.

Y así lo hizo,