III
Aquél fué un trueno en pleno cielo azul.
Una mañana corrió la noticia por la aldea de que el castillo y sus dependencias estaban á la venta; todos se precipitaron.
Era verdad.
En la verja del parque y en los muros había pegados unos carteles amarillos.
Un mes antes, Piscop, Grivoize y Compañía habían exigido al conde Juan capital é intereses de sus hipotecas ó el embargo de los bienes.
Aplastado y aniquilado, el Conde recordó las antiguas promesas y se le rieron en las barbas. Las palabras y los escritos son dos cosas distintas; lo que estaba firmado, estaba firmado.
El Conde buscó á Carmesy.
El Marqués se había ido á Londres hacía tres días, para sus negocios; Adelaida no sabía nada, y Arabela abrió unos ojos enormes.
La ejecución fué rápida y completa. El papel sellado llovía sin cesar; cuando salía un alguacil, entraba otro. El Conde perdió la cabeza, y Jacobo, ignorante de todo procedimiento, trató de comprender sin conseguirlo.
La condesa Antonieta, forzosamente advertida del drama, no hizo ni un reproche; pero aquella misma