Página:En la paz de los campos (1909).pdf/184

Esta página no ha sido corregida
— 180 —

Y se apartó para evitar una respuesta sin frases.

Bella estaba ya lejos y se iba apaciblemente por los campos, satisfecha en su orgullo de mujer y en su altivez de raza.

¡Extraña muchacha! con Jacobo defendía á los Piscop, y con éstos se erguía con la cabeza alta y exigía el respeto legítimo y el homenaje debido al Vizconde.

Pero su alma, su alma... de qué color era su alma?

En el mismo día y pocas horas después se trató el mismo asunto entre el conde Juan y su hijo Jacobo.

Este último contó con indignación la imprudencia de aquella gente de baja estofa, abundó en recriminaciones y pintó la escena con grandes ademanes y voces descompasadas.

Su padre, al escucharle, movió la cabeza sin convicción y murmuró en tono de duda: — Gente de baja estofa !...

El joven se calló de pronto muy asombrado.

—¿Tú también ?...

—Que yo también?...

—Sí, como Bella... Vas á defenderlos y á abogar por ellos?

El Conde, con voz grave, respondió sencillamente, mientras sus ojos claros se cubrían con un velo de tristeza: —No defiendo ni abogo, pero escucha bien: tienes el defecto de tu edad, que es juzgar demasiado de prisa. Esa gente es más digna de consideración de lo que tú piensas. Mientras tú te convertías de niño en hombre, ellos, de campesinos llegaban á burgueses; y son ricos, comprendes? Sabes, sin embargo, lo que es el dinero y no ignoras ese valor. Son ricos, poderosa y pesadamente ricos; si quieres darme gusto, déjalos tal como son, evita los choques y sigue tu camino... Tenemos en muchos puntos intereses comunes y si no