Página:En la paz de los campos (1909).pdf/183

Esta página no ha sido corregida
— 179 —

— 179—Gervasio Piscop: cuando usted y los suyos me encuentren en un camino, les ruego que me saluden, á mí y al que me acompañe, sea quien sea, de otro modo que con la punta de los látigos, es decir, quitándose el sombrero mientras paso y hasta después que haya pasado. Tomen ustedes nota, ó, de otro modo, renuncien á sus sueños... Tendría que estar loca una mujer para confiar sus destinos á semejantes salvajes.

He dicho; no necesito respuesta. Buenos días.

Volvió la espalda y se fué como había venido. Gervasio, confuso y con la vista en el suelo, daba vueltas á la gorra entre los dedos y, estorbado por su traje de cuadra ¡ lo que son las cosas!—no encontró nada que responder.

Sus hermanos y sus primos, aunque la lección se dirigía también á ellos, se divertían con su confusión.

Pero Piscop padre y los dos Grivoize preguntaban la causa primera de aquel enfado y exigían explicaciones y detalles.

Gervasio, para colmo de contrariedad, tuvo que sufrir el regaño de su padre y la desaprobación violenta de sus tíos. Piscop gritó muy fuerte: —Tiene razón la señorita... ¡Cómo! los cinco... Sí, sí, ya comprendo: es á causa del Vizconde... Pues bien, ha sido grosero, estúpido y torpe. Os he dicho mil veces que era preciso no inspirar desconfianza á esa gente, sino dejarlos dormir en su seguridad, aunque haga falta para ello soportar sus insolencias. Y sois vosotros los que los buscáis, los desafiáis y los provocáis?

Sois unos imbéciles, y tú, Gervasio, más que ninguno, porque eres el más interesado. Si os importa mi opinión, ya la tenéis.

Los cinco mozos bajaron la cabeza. Anselmo, sin embargo, dió un codazo á su hermano mayor y le dijo: —Es la ley del embudo; á ti la parte estrecha.