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Estando usted indemne, ¿cómo quiere prolongar y propagar el mal?... No veo el peligro.

—En conciencia?

—En conciencia. La prueba es que, por centésima vez, le doy á usted la mano... Deme usted la suya; pero, esta vez, es para toda la vida.

Antonieta se la dió.

Al día siguiente se apoderaron de ella otra vez todas sus aprensiones y le pesaba haberse comprometido; pero era tarde para desdecirse y, por otra parte, no se atrevía. No era enérgica más que para sufrir, pero retrocedía ante un acto.

Transcurrieron aún los días mientras se preparaba la boda. Y, mientras tanto, Berta, en un momento de mal humor, «se concedió» á Garnache, deslumbrado por el honor y loco de alegría.

Cuando llegó el gran día, las dos recién casadas aparecieron ante todos los que veían claro, la una pasiva y la otra resignada.

Los maridos fueron los últimos en echarlo de ver.

El conde Juan tenía demasiado buena opinión de sí mismo para no creer á la que llegaba á ser su mujer como una criatura superlativamente dichosa; creía haber destruido sus quiméricos terrores y creía que su felicidad debía de ser completa.

Regino era tan esbelto de cuerpo como amazacotado de alma y entendía más de jabalíes que de mujeres.

Puesto que Berta le aceptaba por marido era que le gustaba; y desde el momento en que tenía lo que le gustaba, debía de estar contenta y lo estaba seguramente... Y vamos andando!

Nueve meses después, con tres días de intervalo, nació un hijo en el castillo y otro en el pabellón del guarda. El primero por poco mata á su madre; el segundo vino fácilmente. Hubo gran fiesta en la aldea. Se