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no siempre excelentes madres, sin que los hijos tengan la culpa.

—Sí, sí—repetía Grivoize.

Conocía todo eso, que corría por el país hacía veinte años. Berta había seguido demasiado adicta á los señores... Había hecho muy mal. Ahora, sin embargo, vivía separada de ellos.

—Por fuerza—dijo Garnache,—Jacobo no nos conoce ya... Juzga, sin duda, que una nodriza es una criada como otra cualquiera, y acaso tenga razón. La Condesa está mejor, según se dice; pero no ha sido nunca muy amable y ahora no lo es nada. Hay que olvidar todo eso. Hasta el conde Juan... En otro tiempo era un buen corazón, con franqueza y con las manos tendidas... pero hace quince años parece que evita el pabellón y que allí le quema el suelo... Si se cruza conmigo en el camino, nos saludamos, y nada más ni mejor. Sí, en otro tiempo cazábamos juntos, comíamos en el campo y cada cual bebía en su botella, al aire libre, sin distancia y sin orgullo. Todo aquello se acabó... Y el amo que viene será más duro todavía y más señor en sus tierras... Jacobo... Ese tiene una piedra en el pecho, y ésta es una razón para que José haya tomado otro camino. No sería cómodo ser guarda del tal Jacobo.

Grivoize el menor escuchaba en silencio, pero sonreía para sus adentros. Cuando Regino acabó de hablar, movió la cabeza y dijo, poniendo las manazas en la mesa: —Oye, amigo, no debemos arreglar el porvenir á nuestro gusto, porque nos exponemos á equivocarnos...

Todos tus condes y vizcondes flaquean por la base y nadie sabe dónde estarán mañana. Eres un amigo sólido y se te pueden decir cosas... Pues bien, todo eso no es más que farándulas y embusterías... y la cosa no