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—No sé; es una idea, pero encuentro que él se parece á usted...

El Vizconde puso mal gesto.

—Decididamente, Bella, está usted hoy de vena...

Todos los desdichados del camino son mis. iguales ó mis semejantes... Dios mío, ¿qué es lo que me va usted á servir á la vuelta?

Se callaron; estaban entrando en la capilla.

A la misma hora, en el otro lado del país, dos hombres se encontraron de manos á boca en un recodo del camino y se dieron la mano con evidente satisfacción.

— Garnache !

—¡ Grivoize!

—¿Cómo va, amigo?

—No mal; en tu casa...

—Va bien; todos andan derechos.

Entre el guarda y Grivoize el menor, existía una amistad de larga fecha. Habían nacido en el mismo día del mismo mes y del mismo año, lo que después los aproximó. Habían gastado lo menos posible los bancos de la escuela, y habían servido juntos en el mismo regimiento y hecho juntos la guerra.

De vuelta al país, habían seguido siendo compañeros, deteniéndose al pasar el uno en casa del otro y sin dejar de ofrecerse una copa, cuando se encontraban en la más próxima taberna.

Ciertamente, Grivoize el menor era treinta vecesmás rico que Regino ó, más bien, poseía mucho cuando éste no tenía nada; pero un Grivoize ó un Piscop no hablan jamás de su fortuna, y además, aquellos labradores, que trabajaban con sus brazos y eran miserables, al menos de aspecto y de modales, tenían mucha consideración á la persona casi militar de un guar-