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lio. Le admiraba en todo y él no se enorgullecía ni aprovechaba esa superioridad para establecer su dominación. La amaba más al verla tan confiada y reconocía en sus adentros que su novia le estimaba en más de lo que valía.

José se juzgaba bastante justamente: educado en la soledad y en la majestad de los bosques, gustábanle los ensueños y el silencio, pero esos ensueños no se elevaban nunca mucho. En su carácter taciturno había un poco de pereza de alma. Su espíritu era lento en moverse y temía tener que tomar una decisión; pero una vez tomada no desistía de ella. Era obstinado como buen campesino.

Lo era, sí; lo era fundamentalmente, á despecho de la herencia y del atavismo. Aquel retoño real y auténtico de los Valroy—Reteuil, se lo debía todo al ambiente y nada á sus antepasados. Se había hecho el medio en que había vivido, y no conservaba del pasado ninguna manifestación ni ninguna influencia.

Aquel campesino andaba meciendo el cuerpo; tenía las manos anchas y callosas de los trabajadores de la tierra sus cabellos mal cortados, alteraban la armonía de una cara cuya regularidad había que adivinar; su bigote rojizo, cortado al rape del labio, carecía de elegancia; era el hijo de Garnache tanto mejor que el otro era Vizconde. Acaso es más fácil al hombre descender que subir, si se admite que existe alguna escala.

Entretanto Arabela, cuyos ojos perspicaces lo distinguían todo, dijo de pronto al vizconde de Valroy que volvió á dar un salto: —Diga usted, Jacobo, esa pareja que hemos encontrado...

—Qué, amiga querida?