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en París, en Londres, en Berlín ó en Viena, deles usted un amigo, una mujer si usted quiere, que hable bien, que sepa un poco, que les vigile y les advierta cuando sea necesario, y al cabo de esos cinco años serán perfectos caballeros que volverán aquí, y usted será el primero en acogerlos.

— Yo? No, por cierto... Además, esa proposición cae por sí misma, puesto que esos cinco brutos no aprenderán en cinco años ni cinco palabras, y seguirán siendo cinco asnos como hasta aquí. A esa especie hay que tratarla con látigo.

La joven se volvió vivamente; aquellas palabras la herían, ella sabía por qué. Murmuró, sin embargo, pérfida y dulce: —Son robustos... El mayor de los Piscop...

El vizconde de Valroy dió un salto de cólera é imprimió al mismo tiempo tal sacudida al freno del caballo, que éste dió una brusca huída, pronto reducida de un latigazo.

—Son robustos... para partir terrones ó para llevar sacos. ¿Qué es lo que ha hecho el mayor de los Piscop, puesto que los conoce usted tan bien?

Bella tomó un aire indiferente, advertida por esta última frase de que era imprudente ó, por lo menos, inútil insistir.

—Yo no sé... Se dice (yo no lo he visto), que derriba un toro de tres años por los cuernos...

Jacobo se echó á reir, pero con una risa forzada.

—¿Usted cree eso? Los únicos que lo han visto han sido unos borrachos, á no ser que lo estuviera también el toro... ¡ Disparates !... Que tengan cuidado todos ellos, porque si los encuentro un día estando solo, les paso revista y le garantizo á usted que ninguno hace un gesto.