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á edificar una casa, á vivir en ella y á tratar de mejorar su porvenir ?

—Es posible dijo el joven sordamente;—pero éstos no han hecho nada; sus padres han trabajado y siguen humildes, pero la simiente crece insolente, lo invade todo como la mala hierba, y habrá que segarla.

Bella se encogió de hombros.

—Esos tiempos se acabaron, señor de Valroy; esa gente vale tanto como usted.

—Es usted la que dice eso?

—Yo misma. Son lo que eran, sin duda, sus padres de usted hace trescientos años.

—Y los de usted hace mil.

—Ya es más lejos, después de todo... No se puede saber...

—El tiempo importa poco en este asunto, y con tanto remontar se dicen tonterías. Lo que hay que considerar es la hora presente. Doy á usted las gracias por sus apreciaciones.

Bella sostuvo su opinión, obstinada, á pesar de la amargura de las palabras de Jacobo y á pesar de verle irritado, acaso por primera vez; la sostuvo en toda conciencia y en toda libertad de pensamiento, pues en este instante preparaba el porvenir; estaba excusando sus actos futuros ante aquel que, más adelante, se creería con derecho á juzgarla y á condenarla.

—Vamos á ver, Jacobo, ¿qué diferencia notable encuentra usted, excepto una que se puede subsanar, que es la educación ?... Son unos jóvenes sanos, robustos, un poco huraños, pero le aseguro á usted que nada feos; usted no los ha mirado bien.

—Muchas gracias... Todo lo contrario.

—Se lo aseguro á usted... Han ido á la escuela y han aprendido lo que han podido. Son groseros, es cierto; pero concédales usted cinco años de permanencia