Página:En la paz de los campos (1909).pdf/159

Esta página no ha sido corregida
— 155 —

La madre movió la cabeza y sonrió á su vez...

—Nada desde ayer ni desde hace meses. ¡Pero hay tanto nuevo en mí, respecto de ti, hace años!

Jacobo acercó una silla y se sentó á su lado.

—Otra vez tus frases enigmáticas... Nunca quieres responder á mis preguntas; lo harás hoy?... ¡ Ea! ya te estás negando... Y, sin embargo, tengo derecho á saber. Es verdad que hay una gran diferencia entre la madre que eras y la que eres hoy. Cuando era yo niño, no me gustaba mucho la atmósfera de tu cuarto. Pero entonces estabas mala y ahora estás curada. No veo en todo eso nada que no sea físico...

Antonieta puso en el brazo robusto de su hijo su mano fina, larga, blanca y surcada de venas de un azul pálido.

—Oye; todo lo que dices está bien y estoy contenta de oirte. Disculpas mi pasado, tan triste para mí y tan triste para los demás... Pero tú no sabes, no puedes saber...

Se calló, como si de nuevo hubiera caído en el misterio. Jacobo hizo un gesto de desaliento que quería decir: —Puesto que no hay medio de hacerte hablar...

La hora era tranquila; una mañana de otoño muy dulce; una ligera bruma empenachaba los árboles del bosque y algunos tonos de precoz rojizo cantaban aquí y allá en el espesor de los verdes obscuros. De la tierra húmeda de la llanura subía un aliento tibio. El viento era suave; nada había excesivo, ni brisa, ni lluvia, ni frío; daba gusto vivir.

La de Valroy, después de un largo silencio de recogimiento, siguió diciendo con su voz siempre lenta: —Acaso hiciera mejor diciéndotelo todo, porque debes guardarme rencor...

Jacobo protestó con una exclamación: