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—Parece que las cosas no van bien allá arriba.

—¿Dónde es allá arriba?—preguntó Berta con voz temblorosa, como siempre que se aludía á los castellanos.

—En Valroy—respondió tranquilamente el viejo.Se dice...

Se detuvo, dudando hablar, prudente como todos los aldeanos.

—¿Qué se dice?

Berta estaba en pie delante de él aplastándole con su masa y clavándole una mirada aguda é intensa.

—Se dice que el Conde, en París, ha hecho una vida alegre sin calcular, y que bien podría suceder que todo esto acabase feamente...

Berta se encogió de hombros con un perfecto desprecio de tales chismes. No sabían lo que se decían.

Ella conocía la cifra de la fortuna y el valor de las tierras, granjas, bosques y hasta del castillo. El Conde no había tenido jamás los dientes bastante largos para comérselo todo. Sus rentas bastaban para una vida de gran señor... Y, por otra parte, hacía años que se había retirado de la vida parisiense. Todo aquello no era más que dicharachos de los envidiosos.

—Dios le oiga á usted—contestó el horticultor.―Yo no quiero mal á nadie y prefiero saber la felicidad de los demás que su aflicción.

Aquella fué la primera advertencia que recibió Berta, pero esta vez se negó resueltamente á creerlo. Las vagas y tímidas insinuaciones de un viejo crédulo no alteraron en nada su soberbia confianza en la inmutable fortuna de los opulentos Valroy.

Cuando el tío Balvet y Clara se retiraron, á eso de las diez, la tocata había vuelto á empezar y llenaba de nuevo el espacio.. Con el único objeto de encantar á Arabela, á quien el sonido de las trompas enloquecía y