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viejo, después de cenar, venía conducido por su hija á sentarse á la mesa del guarda, á charlar con él y con las mujeres, mientras que en un rincón, los dos amantes rústicos, siempre taciturnos hasta en la dicha, y sentados el uno al lado del otro, se cogían las dos manos y se miraban en silencio con ojos encantados y cándida sonrisa.

Así sucedía en la noche en que el viento Oeste trajo de Valroy la brillante tocata en el puro silencio de la noche. Todos levantaron la cabeza, pero Berta se irguió bruscamente con las manos temblorosas.

Escuchó las primeras notas con la cara á la vez ansiosa é iluminada... y se le oyó exclamar de repente con voz de delirio: Es Jacobo, es Jacobo que toca !....

—Sí—dijo Regino,—es Jacobo el que toca; su padre no es ya capaz de semejante resoplido; y, sin embargo, en otro tiempo tocaba todavía más fuerte.

Berta exclamó sordamente: Jamás... Nadie ha tocado nunca como Jacobo; todo el mundo lo dice....

—Está bien—dijo Regino encogiéndose de hombros.

Y al ver que su mujer, inclinada en el umbral con el cuerpo casi fuera, permanecía en éxtasis bebiendo la tocata, que á todos se dirigía menos á ella, el guarda continuó: —Es su chifladura... Sueña con él y todo lo que hace ó dice es maravilla y milagro. No hay más que él; ¿qué quiere usted? le ha criado, y parece que se dan casos como éste. Lo que no impide que el joven tenga sus defectillos...

Berta volvió á entrar; la trompa se había callado un instante en lo alto de la colina. Balvet tomó un polvo de rapé, le saboreó un momento, y se puso á decir cosas graves.