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Por una dichosa casualidad, Regino estaba allí en aquel momento, y el viejo dijo: —Oiga usted lo que traigo; hablemos poco y bueno.

Su hijo de usted busca un empleo; yo le tomo si quiere. Gustándole los árboles, le gustarán las flores, y mi hija por añadidura. ¿Eh, José ?

José soltó una carcajada para ocultar su emoción.

Pero Regino pedía explicaciones y Balvet las dió con prolija benevolencia.

—¿Qué tendrá que hacer?... Pues lo que yo; ¿cree usted que yo holgazaneo?... No vaya usted á figurarse que se trata de un oficio de perezosos. Se trabaja y se gana el dinero, mucho dinero. Tengo algún capital, pero soy viejo y estoy para retirarme. Cuando José sepa manejarse (hace falta un año), me reemplazará, bajo mi dirección todavía, porque hay ciertos secretos...

Proveo de plantas raras y de arbustos de lujo á todos los castillos de los alrededores... y á fin de año esto acaba por un buen saco... Su hijo de usted ganará jornales de un peso y veinte centavos por mi cuenta, hasta que sea dueño de la casa y se case con la heredera, con el permiso de usted y el de Dios.

Garnache se convenció pronto, y José, por otra parte, aceptó sin pedirle su opinión. Berta, por casualidad, encontró buena la idea; Sofía se puso á palmotear.

Sacaron dos botellas de la bodega, mientras José iba á buscar á Clara. En el camino le contó las decisiones tomadas y ella sonrió. Sus ojos, libres ya de tristeza, se iluminaron de amor, y, como estaban solos, en medio del camino desierto, ante los árboles y los pájaros, se besaron por primera vez.

Desde entonces trabajaba José desde la mañana hasta la noche en casa del tío Balvet, y no volvía al pabellón más que á la hora de cenar; y había veces que el