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— 148Hay que añadir que la joven era seductora de cuerpo, alta y noblemente formada. El trato diario entre aquel vecino y aquella vecina tomó un encanto dormido.

El pabellón y el Vivero eran los dos únicos techos visibles en un trayecto de un kilómetro; el bosque los rodeaba y los enterraba en su verdor. Desde los jardines del horticultor se veía levantarse como una barrera en el horizonte la espesura de los grandes árboles, encinas y olmos de grises troncos, y, detrás de ellos, como un resplandor rojizo, los pinos de troncos delgados semejantes á cañones de órgano.

Los conejos del bosque hacían incursiones en los cuadros de flores del viejo, que se desesperaba. Pero no ponía lazos por respeto á la vida.

Todo alrededor no había más que la agreste profundidad en la que el hombre no es más que un pasajero.

En la carretera no había ninguna taberna, ninguna rama colgando sobre una puerta abierta para detener al viajero, que pasaba por aquellos retiros sin verlos siquiera.

Reducidos así á ellos mismos y sin distracción alguna, los jóvenes, taciturnos por naturaleza, meditabundos y sin gran ocupación, pasaban los largos días en silenciosas entrevistas al azar de sus encuentros, al lado del pozo ó en el borde del camino, ó pensaban silenciosamente el uno en el otro con la misma dulzura de sentimientos.

Eran tan sencillos, que no se reparaba en ellos, y á nadie se le ocurría sonreir al ver aquel mocetón eternamente parado delante de aquella muchacha.

Ahora bien, cuando se trató de que José dejase el país para ir á buscar fortuna en otra parte, tuvo necesidad de advertírselo á su amiga.