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inflamaron. Los dos hermanos Grivoize, que se parecían hasta confundirse, bebían metódicamente y á traguitos, saboreando el alcohol y reteniendo el sorbo.

Piscop vaciaba su vaso de un trago.

Sus hijos y sus sobrinos le imitaban porque era el grande hombre de la familia, el más robusto, el más imperioso y el que siempre tenía razón.

Sus hijos eran Gervasio y Anselmo; sus sobrinos, Timoteo, Antonio é Hilario; los dos primeros por Grivoize el mayor, y el tercero por Grivoize el menor.

Todos aquellos mozos variaban entre quince y veinte años y eran ya temibles. Pero los Piscop, Gervasio y Anselmo, aventajaban á sus primos en estatura y en educación.

Estos dos eran caballeros, á pesar de su orígen, y tenían el uno y el otro un certificado de estudios en el cajón.

Con todo su saber y sus trajes de paño, los dos Piscop vigilaban ásperamente sus tierras y se les veía, á caballo, el sombrero sobre los ojos y látigo en mano, símbolo ya excesivo, pasar y repasar por los campos en que trabajaban los jornaleros en tiempo de la recolección.

Si un brazo flaqueaba, si la fatiga suspendía el trabajo de alguno, sus voces resonaban furiosas para amonestar á los trabajadores con chasquidos de látigo.

— Canalla!¡ Holgazán !... Te pagan para no hacer nada?... ¡Espera un poco!...

El obrero, entonces, volvía á su labor şin decir nada y sudaba al sol, como el siervo de la gleba en los tiempos feudales.

Y, sin embargo, los Piscop y los Grivoize eran republicanos á su modo.