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su riqueza, y la prueba es que usted no la conocía. Es efectiva é inmensa. Hace cuatro generaciones que están acumulando, amontonando, enterrando, sin permitirse siquiera tocar su oro con la punta del dedo, por miedo de desgastar las monedas... Esos harapientos son consecuentes en sus ideas... Pero han conservado el respeto de sus padres á la nobleza y á sus señores. Lo que hacen por usted no lo harían por otro cualquiera; pero Valroy y Reteuil representan para ellos recuerdos hereditarios y son nombres sagrados.

Tienen todavía almas de siervos, y la prueba es que me veneran, á mí, que no tengo más que mis títulos...

Valroy escuchaba y acogía todas estas frases, expresamente llenas de incoherencia, con el mismo gesto cansado; Carmesy le aturdía.

El pobre Conde, envejecido y agotado por quince años de vida airada, aspiraba al reposo y al silencio.

Todo lo encontraba bueno con tal de que lo dejasen en paz aquel mismo día.

—Sí, amigo mío, me parece bien. Desde el momento en que usted lo cree así, está convenido.

Tales eran sus respuestas habituales. No había sido nunca de un carácter muy autoritario, y la conciencia de los errores cometidos en los últimos años acababa de deprimirle.

Presa fácil para las ambiciones que le rodeaban, aquel loco dormía tranquilo en la seguridad de que llegada á su término la hipoteca general en que se había convertido toda su deuda, sería renovada sin más que añadir los intereses atrasados.

Y, mientras tanto, acechando la tierra y las veletas del castillo y contando los días, el enemigo oculto velaba y preparaba su triunfo.

Si el Marqués insistía para que la de Reteuil entregase sus últimos fondos á aquella quimera fantasma-