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Quiso darle las gracias, pero ella le contuvo con un ademán.

_No hablemos de eso... Hay alguien que cree poder serle á usted útil y que se ofrece. Acepta usted ese concurso, sin saber de dónde viene y con toda confianza? El interés que yo le manifiesto debe ser su única garantía.

—Alguien se ofrece ?—murmuró el Conde, que no era ya capaz de rebelión ni, siquiera, de resistencia.¿Es Carmesy, verdad?

—El mismo.

Juan vacilaba, sin embargo.

—Señora, he visto mucha gente en estos últimos años y he encontrado pocas personas desinteresadas y muchos falsos amigos. ¿No cree usted que los suyos?...

La anciana le interrumpió: —No, no temo nada. Esos son seguros. Se les calumnia porque son pobres, pero nadie ha podido nunca presentar una prueba. En fin, estando usted ahora cierto de mi ayuda efectiva, si hay necesidad—y recalcó esta última frase,— quiere usted aceptar que el marqués de Ollencourt le hable una hora?... Es hombre de buen consejo y que, según parece, conoce á las personas que le han engañado á usted. Su opinión debe ser oída; eso no compromete á nada.

Juan se entregó.

—Estoy en ese estado de desesperación en que el ahogado se agarraría á un clavo ardiendo. No discuto, pues... Que venga el Marqués; le recibiré, hablaremos y el porvenir dirá quién tenía razón.

—El Marqués fué, en efecto, y, en diez minutos, volvió al conde de Valroy como un guante.

Aquel diablo de hombre tenía realmente un encanto irresistible, cuando quería, y jugaba con las almas maravillosamente. En diez minutos, pues, conquistó á