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En aquellas dos almas había un secreto, únicamente personal en la sirvienta y familiar en la noble dama.

Y si alguien hubiera sabido la única razón que tuvo Berta para casarse con Regino, se hubiera explicado la tristeza de su corazón; le había aceptado por desesperación, porque se parecía á Juan de Valroy. Así era.

Hacía años, casi desde la infancia, en el silencio, en el misterio, había consagrado al joven Conde una admiración fanática, que pronto se cambiaba fatalmente en ternura, y esta ternura, oculta, comprimida y exasperada por la misma violencia, se convirtió en pasión en cuanto Berta fué mujer.

Tenía un recuerdo que le quemaba la boca. Un día, cuando ella tenía quince años y el conde Juan apenas veinte, éste la encontró en un corredor obscuro del castillo de Reteuil, y, bruscamente, la cogió por el talle y la besó. Juego de señor y vasalla, sin duda, y nada más. ¿Quién sabe?

Juan se echó á correr riéndose; pero ella se quedó pálida, confusa, furiosa y encantada.

Después la trató siempre con ruda amabilidad; pero ligeramente, sin pasar adelante. Por otra parte, en aquella época se hizo Juan novio oficial de la señorita Antonieta y había pasado la hora de bromear con las muchachas en los pasillos.

Pero Berta no había olvidado. Aquel beso en la sombra era el punto luminoso de su vida. Acaso lamentaba que aquella comunión hubiera sido incompleta, dejándola á la vez animada descontentay Cuando el conde Juan hizo la corte á su señorita, Berta los detestó en seguida á los dos, y á ese odio equívoco fué adonde vinieron á parar una amistad y un amor de la infancia.

A pesar de todo, poco lógica y contradictoria como