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Jacobo se marchó sin sentir más que separarse de Bella, pero se escribían sin cesar, y el día en que el joven escribió á su amiga la primera carta en inglés, fué para él de los más memorables.

Todos los años, en el mes de julio, volvía á Valroy, y, el segundo, tuvo la feliz sorpresa de encontrar grandes cambios; en su ausencia, los intransigentes habían transigido, y los inconciliables se habían conciliado; Carmesy y Valroy se daban la mano; su padre parecía contento y su madre gozaba de mejor salud. ¿Cómo era esto?... El invierno anterior y en una mañana de terrible helada, la marquesa Adelaida llegó á Reteuil á pie, sola y envuelta en una gran piel natural, y se hizo anunciar.

—¿Usted, á esta hora y con este frío? ¿Qué hay?— exclamó la castellana, alarmada al verla,— pues, realmente, hacían falta causas graves para hacer salir á una mujer delicada con aquella nieve endurecida ; pero Adelaida no era una mujer ordinaria. La Marquesa sacudió su abrigo de piel, en la que seguían agarrados los témpanos de hielo, y respondió: —No hay nada... sino que hace fresco.

La de Reteuil, más tranquila, se echó á reir.

—Fresco, eh? Sí, con diez grados bajo cero... ¿De modo que es una simple visita de amistad?...

—De amistad, sí... Pero más que visita, es un paso que doy para serle á usted útil...

La buena señora se alarmó de nuevo.

—Hable usted pronto; ya ve que hay algo...

—Si se quiere; pues bien, yo no sé expresarme bien y digo las cosas de prisa. Mi marido tiene amigos en París que conocen al Conde... El señor Valroy está en camino de la ruina...

Eh?... ¿Qué me está usted diciendo?... ¡ Juan !...